De Las cosas que se dicen en voz baja

Mail delivery failed

 

Cuánto vale el acierto de una palabra justa.

Dónde van los tahúres cuando se sienten solos.

Quién deambula en las calles por las noches desiertas.

Cómo crece el asombro, la sorpresa de un niño.

Por qué algunos espejos son ojos entreabiertos.

Qué cura la resaca de la melancolía.

A qué correo electrónico envío estas preguntas

para que no regresen al buzón,

extraño el remitente y el mensaje:

“Mail delivery failed,

                            returning message to sender”.

 

 

 

Caracolas

 

Para asomarse al mar y conocer

el nombre de los barcos arruinados

y el rostro de marinos

que acabaron sus días convertidos en algas,

Neruda fue guardando caracolas,

fragmentos de memoria en espiral,

un silbido de tiempo sin relojes,

un susurro de sal

                            y voz de arena.

 

 

Un murmullo

 

Todos los ruidos del mundo

forman un gran silencio.

                   Joaquín Pasos

 

Da igual que sea en un bar

o al abrigo del fuego

al principio del tiempo de los hombres.

Siempre ha habido un murmullo envolviéndolo todo:

 

Las voces de la tribu ocupando la cueva,

el clamor de guerreros tras la caza,

el estruendo incendiado en las revueltas,

el grito enardecido en un estadio,

aplausos y ovaciones en la televisión,

las risas de los niños que juegan en los parques.

 

Un zumbido presente todo el tiempo,

como un motor en marcha que nunca se detiene.

Ni siquiera en las noches se detiene,

temblor de luz eléctrica y de vértigo.

Son frases inconexas que abrazan la cadencia

de las ondas acuáticas

si se lanza una piedra en el centro de un lago.

 

Alguien cree que hay silencio justo antes,

del disparo de gracia en un fusilamiento,

pero el eco devuelve repetidas

las últimas plegarias de los ejecutados.

 

Siempre ha habido un murmullo envolviéndolo todo,

un ruido permanente.

 

Más que el miedo al silencio,

                            el temor de sentir

las cosas que se dicen en voz baja.

 

 

 

'La Bestia'

(The American way of death)

 

Somewhere over the rainbow

Way up high,

There's a land that I heard of

Once in a lullaby.

                                                      E.Y. Harburg.

 

 

Pero el horrible tren ha ido parando

en tantas estaciones diferentes,

que ella no sabe con exactitud ni cómo se llamaban,

ni los sitios,

ni las épocas.

Dámaso Alonso.

 

 

Tan filoso es el viento que provoca

la marcha de la herrumbre

sobre largos raíles,

                            travesaños del óxido...

Y qué difícil es

ignorar el cansancio, mantener la vigilia

desde Ciudad Hidalgo

                            hasta Nuevo Laredo,

sobre el ‘Chiapas-Mayab’ que el sol inflama.

 

Nadie duerme en el tren,

                    sobre el tren.

                 Agarrados al tren

                   todos buscan llegar a una frontera,

a un sueño dibujado como un mapa

         con líneas de colores:

una larga y azul que brilla como un río

que ahoga como un pozo.

 

Atrás quedan los niños y su interrogación,

las manos destrozadas de las maquiladoras

que en un gesto invisible

dicen adiós,

                   espérenme,

es posible que un día me encarame a un vagón.

 

 

Queda atrás Guatemala,

                            Honduras, Nicaragua, El Salvador,

un corazón de tierra que late acelerado.

 

Las gentes congregadas muy cerca de la vía

con un trago en la mano,

el olor a fritanga y a tortilla

como si fueran fiestas patronales,

esperando el momento para subir primero,

y no quedarse en el andén del polvo,

montar sobre ‘La Bestia’, en el ‘Tren de la Muerte’

o esperar escondidos adelante,

en los cañaverales,

                   con un rumor inquieto.

                            Y esquivar a la migra.

 

Después habrá silencio durante todo el día,

                            un silencio asfixiante,

como un arco tensado que no escogió diana

y una tristeza

de funeral sin cuerpo

                            y paz de cementerio.

 

Es mejor no pensar en las mutilaciones,

en la muerte segura que hay detrás de un descuido

o en los rostros tatuados.

Amenazan igual que los jaguares,

aprovechan la noche y sus fantasmas

y ya todo es dolor y más tragedia.

 

Es tan lenta la noche mexicana...

                            Bajo la luna inquieta

una herida de hierro y de listones

traza un perfil oscuro,

                            un reguero de sangre que seguir.

El olor de la lluvia sobre la tierra seca

se corrompe mezclado con sudor y gasóleo.

Es agua que no limpia, que no calma la sed,

                                     que sucia se derrama

entre las grietas de la vieja máquina,

una oscura metáfora del animal dormido.

 

Escrito en un cartel: “Nuevo Laredo.

                                              ¡Lugar por explorar!”

                            El coyote ya espera

para cruzar el río,

                   atravesar desiertos,

y burlar el control, la border patrol,

los perros, helicópteros,       

         ¿aquello tan brillante es San Antonio?,

el sol de la injusticia que percute las sienes.

 

Sopla el viento filoso en la frontera

y otro tren deja atrás el río Suchiate,

los niños, las maquilas,

                            la arena de un reloj que se hace barro.

 

Transitan los vagones por los campos

donde explotan las más extrañas flores.

Pasan noches y días

como sogas del tiempo en marcha circular.

Cada milla ganada a los raíles

aleja en la llanura otra estación del sur.

 

Marcha lenta la máquina

                            con racimos de hombres a sus lados.

El humo del gasóleo

difumina un perfil que se pierde a lo lejos.

 

Ha pasado ‘La Bestia’ camino a la frontera.

 

Avanza hacia el norte

 

                            el viejo traqueteo de un tren de mercancías.

 

 

 

Epitafio de la tumba del poeta desconocido

 

Nunca salvó su patria.

Tampoco en gesto heroico

         dio su vida por ella.

Bajo esta tierra yace,

acaso algunos metros más al sur,

un hombre perseguido

         por sus propios fantasmas.

 

 

 

Los periódicos

 

                  

Los periódicos son papeles lentos.

Nos cuentan que mañana

habremos enterrado un nuevo día

que no va a repetirse.

 

Así pasan sus páginas,

como briznas, un agua que emborrona

titulares, esquelas, anuncios por palabras.

 

No sé cuál es su magia,

si el olor de la tinta, sus manchas en los dedos

o tal vez sean sus fotos, nunca claras del todo

como el amanecer en un puerto con bruma.

 

Los periódicos nunca se recuerdan

pero llenan estantes de memoria imperfecta.

Es algo que aprendí poco después

del día en que murió el abuelo Tomás.

Él me enseñó a hojearlos, a leer entre líneas,

también a que se hicieran necesarios.

Esos lentos papeles de los que desconfío.

 

 

 

Pintas peces y pájaros

 

                             Con Ibis Palacios, alumna del taller de poesía de Ernesto Cardenal en el Hospital La Mascota.

 

Pintas los peces del Río San Juan

con ojos tristes

pero aprietas el lápiz a la vez que tu gesto

con tanta fuerza.

 

Ignoro si será la rabia contenida

que explota al dibujar un sábalo real

azul intenso sobre un fondo viejo,

libreta de hospital llena de sueños.

 

Perfilas también pájaros y espantas

el vuelo amenazante de un negro zopilote

que aguarda como el cáncer

a comerse tu cuerpo que juega junto al agua.

 

Las páginas se llenan de trazos de colores.

La quebrada en el río,

dentro nadan los peces: un guapote,

también un roncador.

Y te quedas muy fija,

shhhhhhhh

hay que guardar silencio

para no despertar a los jaguares

que has pintado durmiendo

tendidos en la hierba.

 

Escribes un poema

como dice un señor de barba blanca,

–igual que su cotona– y boina negra:

Se tiene que escribir como se habla.

No tienes que rimar, el verso ha de ser libre,

y es mejor emplear los nombres propios,

de pueblos y personas, de ríos y montañas.

 

Por eso de tu lápiz

se escapan como el agua las palabras,

que son los mismos peces que dibujas.

 

Trazas versos tan libres

que vuelan del papel como los zanatillos

                                                 y los guardabarrancos,

tan sinceros, que escribes sin temor:

Me gustan los poemas

                                   y me gusta la vida.